sábado, 8 de diciembre de 2007

Un puente sobre el Drina

Cogí este libro de Ivo Andric al azar en la biblioteca, en mi camino desde la A hacia la B. No tenía ni idea de quién era el tal Sr. Andric, pero descubrí que fue premio Nobel de literatura en 1961. A quien le interese, hay una entrada en Wikipedia sobre él. Era (porque murió en 1975) un serbio católico habitante de Bosnia.

"Un puente sobre el Drina" cuenta la historia de un pequeño pueblo, Visegrad, atravesado por el caudaloso Drina. En este pueblo viven en mayor o menor armonía, según las épocas, mahometanos turcos, cristianos serbios y judíos serfardíes.

Comienza cuando, en el siglo XVI, un gran visir llamado Mehmed-Pacha manda construir el puente para mayor gloria de Dios. El puente serviría para unir Bosnia con Oriente por carretera, pero el motivo de su construcción es algo más espiritual: Mehmed-Pacha nació cristiano en una aldea bosnia llamada Solokovice, y fue llevado contra su voluntad a Estambul como "tributo de sangre", una "deuda" que los pueblos cristianos pagaban al imperio turco. Se atravesaba en aquellos tiempos el Drina en una barcaza. Cuando, de camino a Estambul, atravesó el río, sintió como algo se le rompía en el corazón. Con los años llegó a ser gran visir, y pensó que con la construcción de un puente podría aliviar ese dolor.

Después de cinco años de trabajos forzados y sangre, el puente se eleva blanco, pétreo, sólido y bello, enmedio de Visegrad. Con el paso de los años y de los siglos es testigo de cómo la vida de los visegradeses se transforma. A la vez, es el lugar inmutable de Visegrad. En lo alto del puente, en la kapia, la zona central y más ancha, los turcos, los cristianos y los judíos disfrutan de las vistas en los atardeceres, del aire fresco que sube desde las aguas cantarinas en las noches de verano, y de los placeres del café, la rakia (bebida típica) y la conversación.

El libro cubre el intervalo de tiempo entre la construcción del puente y el estallido de la guerra que acaba en la creación de Yugoslavia (1914). Tiempos de paz, tiempos de ocupación, tiempos de guerra. Momentos felices y malditos. Ancianos que se revelan ante el cambio mientras los jóvenes abrazan las novedades con pasión.

A pesar de todos los cambios, la vida (lo que verdaderamente es la vida) y lo que cada uno espera de ella en lo profundo de su ser, se mantiene. Como el puente.

La forma de escribir de Andric es tremenda. Desde la descripción de un empalamiento (confieso que se me saltaron las lágrimas y se me puso carne de gallina) hasta las historias de amor, las leyendas y las guerras, consigue llegar hasta el corazón del que lee. La historia, como historia que es, resulta triste. Pero lleva a la reflexión de manera prácticamente contínua.

Extraigo aquí tan solo un párrafo, para abrir boca a los que hayan llegado hasta aquí:

"Aquel mismo día fue enterrada en el cementerio turco más cercano, en la orilla alta, al pie de la colina sobre la que se eleva Velie Lug. Y, al atardecer, los ociosos se reunieron en las tabernas, alrededor del pescador y de Salko el Tuerto, con esa curiosidad malsana y detestable que se desarrolla especialmente entre la gente cuya vida está vacía, desprovista de toda belleza y pobre en emociones y acontecimientos. Los obsequiaron con aguardiente y les ofrecieron tabaco para que diesen algún detalle sobre el cadáver y el entierro. Pero no consiguieron nada. Ni siquiera el aguardiente pudo desatar la lengua de los dos hombres. Incluso Salko el Tuerto callaba. Fumaba sin tregua y, con su ojo único que brillaba, seguía el humo, arrojado lejos por su aliento potente. Se limitaban a mirarse de vez en cuando el uno al otro, levantaban su vaso en silencio, al mismo tiempo, como si brindasen de modo invisible, y lo vaciaban de un trago.

Así fue como sucedió en la kapia este acontecimiento extraordinario y sin precedentes. Velie Lug no descendió hasta Nezuka, y Fata, la hija de Avdaga, no se convirió en la mujer de un Hamzic.

Avdaga Osmanagic no volvió a bajar a la ciudad. Expiró durante el invierno de aquel mismo año, ahogado por la tos y sin haber dicho a nadie una sola palabra acerca de la tristeza que le invadía.

A la primavera siguiente, Mustaí-Bey Hamzic casó a su hijo con otra muchacha, una Brankovic.

La gente, durante algún tiempo, habló del suceso, hasta que poco a poco lo fue olvidando. Sólo quedó una canción sobre la muchacha cuya belleza y prudencia habían resplandecido por encima de todo, y que, de este modo, se hizo inmortal. "

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